Ella se pinta los labios siempre de color rojo para que nunca se borren sus besos. El resto de carmín que deja en otras pieles es un tatuaje de gena que solo dura un par de lavados. Te besa y comienza a andar. Pies pequeños pero firmes, de los que siempre dejan huella aunqe no halla barro. Sus uñas, bañadas en color, decoran el final de sus pequeños dedos enfundados en unas sandalias de cuero, desgastadas de tantas pisadas por las aceras del mundo, que a veces éste, se le queda pequeño. También recuerdo su flequillo recortado a su manera y aquellos vaqueros desgastados pero muy suyos, y esas manos de las que nunca se caen los añillos, conocedoras de otras manos que no pierde ocasión de agarrar. Y una risa contagiosa que exhala de su sonrisa y es incapaz de contener. Y así con sus labios rojos, sus diminutos pies, su pelo que decora esa cabeza loca (porque no podía ser de otra manera) sus descosidos pantalones y sus manos suaves que todo lo tocan, a veces temblorosas y otras indomables sigue su camino, sonriente, del que solo se detiene para observar, para bailar, o para pegar un salto.