Vamos a metabolizar la vida desde la cima del optimismo. Despidamos el calor del verano con las bufandas y las luces de diciembre. Se acabó el mirar con sentimentalismo y melancolía a los días pasados ya que gracias a ellos somos lo que somos, y porque ya es hora de cambiar y sonreir, pero con sonrisas de verdad, las de escaparate no me valen. Vamos a ponerle una banda sonora distinta a cada amanecer, a cada paso que demos a partir de hoy, y entornemos los ojos para hacer nuestro todo aquello que por estar demasiado cerca nuestros sentidos no ven, no oyen, no huelen. Desde ahí arriba, desde el positivismo, el recorrido es más llevadero; estoy segura de ello aunqe nunca, y repito, NUNCA lo haya probado. ¡Qué bien olía esa última noche de verano! No desperdiciemos ni un solo segundo de nuestro tiempo porque lo que hoy es hoy, mañana será ayer. Somos jóvenes e inmortales, no lo olvidéis nunca, pero la inmortalidad es tan efímera como aquellos atardeceres veraniegos, asique hagamos zumo de naranja con ella. Cada día, cada paso. Kamikaze pero jóven. Jóven pero sensata. ¡Qué gran cantidad de gilipolleces estoy escribiendo! Me quedo con el sabor de esa última noche de verano, ¿vosotros? Contádmelo en marzo.








                                                                                                                Hasta pronto, calor sofocante.