Puedes hacerte adicto a cierto tipo de tristeza.







Y tras varias luces proyectadas tras el cristal de  su ventana, aún sentada en el escritorio, ella se pregunta si sigue soñando, si sigue girando el volante al ritmo de las canciones que en estéreo levitan por todo su coche. Ella no buscaba nada y él lo tenía todo. Él trabajaba y ella disfrutaba del verano de su vida. Ella era toda cordura y él supo deshacerla. ¿Le seguirán gustando los mismos colores? Consiguió ser locura entre los brazos que la mantenían en el suelo. Él le aportaba seguridad y ella sin darse cuenta le regalaba sus vértices. Se tiró a una piscina de fondo negro mientras él le preparaba un vaso de leche con cereales a las dos de la mañana. Ella en ese momento era ilusión; él, un torrente de aire. Ella era de luz y él era la luz. También llegaron a ser sombra, a la vez. Ella era lágrimas de felicidad y él la observaba desde el sofá. Ella se había anclado a sus clavículas y él comenzaba a ser un extraño. Él tenía miedo; le tenía miedo, y ella se tragaba las ganas de gritarle que no le dejara sola porque, en algún momento de aquellos en los que él tenía por costumbre pestañear, ella lo llego a querer.