Estoy en ese momento de la vida en el que te das cuenta que no hay nada más que los intereses de los demás pisándote los pies.  Y los tuyos no importan. Y tú eres una simple pieza de un puzle que jamás se completará, mediocres piezas de un puzle sin sentido.  Estoy en ese momento de la vida en el que una mano para ayudarte la ves como aguarrás a través de tu garganta. Y cuanto más te esfuerzas por respirar más llueve. Estoy en ese punto en el que no consigo distinguir quién es real y quién no lo es, quien me ofrece palabras sinceras y quién intenta hacerme daño con el disfraz de una sonrisa. Mi interior es un revulsivo de agitación y pasión por las cosas que amo o debería amar, y una indiferencia y decepción con el mundo que me rodea que casi consigo mezclar el agua y el aceite. Pero solo eso, casi. Quiero poder llegar a lograr tantas cosas que segura estoy de que toda una vida no me será suficiente. Me falta tiempo.  Enamorarme de las cuerdas de una guitarra, del sonido de las teclas de un piano,  de una voz, de la vida que llevo. Y no es así. No lo consigo. Estoy en ese momento de la vida en que, atendiendo como niño a caramelo, admiro a quien afronta cada día con alegría, con ganas, porque yo no lo hago. Saber reírme de mí misma, guiñarle un ojo a quien no me sonríe en el espejo. Estoy en ese punto del camino en el que debería cuidar algo más las pocas cosas valiosas de la vida, pero mis manos no tienen fuerzas, no aprietan. Soy tan idealista que me gustaría gritarle a quien me quisiera escuchar que me da asco esta vida, que me da asco su gente y su descaro para salvar su puto culo en pos de aquellos a los que se llevan por delante, pero me tiembla la voz. ¿Cobarde? Sí. Odio ilusionarme con una pompa de jabón salida de las manos (inocentes) de un niño, que mi vista se eleve hasta el cielo con ella y sentirme en su seno para luego precipitarme al romperse tan frágil cristal. Estúpida niña ilusa. No sé cómo no he aprendido ya a no mirar al cielo en vez de clavar mis pies desnudos en la arena.  Estoy en ese punto en el que la muerte no me asusta, sino el olvido. Y eso es lo que seré, polvo, olvido, porque en esta puta mierda de mundo hay verdaderas maravillas de las que mis manos, diminutas e insensatas partes del universo, nunca lograrán ser partícipes.