En las estaciones de tren las despedidas siempre son tristes.







Mirando fijamente al techo de la habitación desde la cama, llueve a oscuras. La ocuridad pesa, no veas cuánto. Hoy es hoy, mañana será mañana y ayer... bueno, mejor será no recordar ''ayer''. El tiempo volvió a hacer de las suyas llevándose por delante lo que dibujaron las diminutas partículas de arena pegadas en las plantas de los pies. Lo que descubrieron el calor y la música de agosto. Cuando el frío la hizo tan pequeña que parecía que de un momento a otro se iba a partir... En las estaciones de tren las despedidas siempre son tristes. Bueno, en verdad siempre son tristes las despedidas, porque no son un hasta luego, o un hasta dentro de poco, o un hasta dentro de mucho. Son un adiós. Triste, como pueden ser las calles grises en un día gris, lluvioso. Pero un adiós definitivo. En las estaciones de tren no debería estar permitido llorar. Deberían estar prohibidas las despedidas, porque en el momento en el que se toma el tren, en el momento que uno se da la vuelta para bajar la calle vestida de lluvia... un solo pestañeo puede servir para ver como un pedazo de ti se va con quien toma la calle, con quien toma el tren. Y no van a regresar para secarte las lágrimas, aunque en silencio grites: ''vuelve''.