Tú eres un salvavidas y a la vez eres el agua.





Es duro no sentir. Es duro haberte esforzado tanto por querer, que hoy ni si quiera puedes elevar tu vuelo. Eres incapaz de no ahogarte. Incapaz de creer. Tropiezas día tras día con tus propios pasos y vuelves a hundirte, aunque no de cara al exterior. No eres capaz de sentir, de soplarle al olvido. El pasado duele. Los verbos que algún día conjugaste en presente, más. 
Todo lo que antes devoraba el fuego, hoy lo quema el frío. Eres tantísimos trocitos de un nada tan intenso que el miedo te paraliza y no te deja respirar. No confías en que puedas volver a iluminarte. No confías en que puedas volver. No confías, simplemente. 
Es duro sentir que no puedes sentir, que frenas cualquier impulso que en tu interior pueda descolocarte. Es duro sentir que no sientes, que eres incapaz de volver a romperte. Merece la pena en ocasiones, pero la reconstrucción es una ardua tarea. 
Quieres querer, pero eres incapaz de volver a verte en la misma mierda a la que te llevaron unas ilusiones quizá infundadas. No te sobran fuerzas, porque no las tienes. Estás desnuda, desvalida. Sola. Y eso acojona mucho.
Eres insignificante, y los sentimientos a los que rehuyes te van haciendo cada vez más chiquitita. Te echaste a la espalda sacos rotos, raídos por los deseos a los que no les diste alas porque no te dieron tiempo. Tiempo... tiempo es lo que nos hace falta. Tiempo es lo que precisamente no tenemos. 
Duele. Algo dentro duele mucho, y no sé lo que es. Eres incapaz de llorar cuando más lo necesitas, porque no puedes volver a sumergirte en el caos de sensaciones: tan nihilista te has vuelto que ya no crees ni en la piel, tú, que antes idolatrabas las caricias. 
Duele sentirte. Duele sentir que los sentimientos se esfuerzan por no desaparecer de tu pecho e intentar lapidarlos con los besos que te desgarran la garganta. No te ves capaz de volver al barro. No en este momento. No puedes. 
Necesitas un impulso que te lleve lejos, que te detenga en lo más alto, pero que no te deje estrellarte contra el suelo.
Personas que son los descubrimientos primaverales de un invierno transformado en infinitud. Te dieron a probar los manjares de la libertad, del placer para luego retirarlos todos como castigo y obligarte a morir de sed. Duele. Duele saber que por un lametón más de aquellas ambrosías serías capaz de encadenarte otra vez al dolor. Pero de lengüezatos no se vive, y lo sabes bien.
Te pesan los días. La espera. El silencio. El momento en el que conoces a alguien que te alienta de fe, a ti, que no eres creyente. A ti, que reniegas de todo. Lloras plomo en las lágrimas que empañan los cristales de la ansiedad que te provocó un cuerpo. Cuentísticas ganas. Cuantísima ansiedad. Posturas antagónicas las nuestras en un rueca de días tan frágiles como fugaces.

¡Vuelve a romperme, por favor...!