Yo he sentido el peso de tu cuerpo.







Esa luz que osó jugar con mi pelo en un precioso verano de mi pasado ya no volverá. Clarea el destino y yo, sin confianza en él, le doy la espalda. Todo esto ya me suena, y lo extraño es que no me haya cansado de emprender viajes por caminos inciertos. Sueño rápido y vivo rápido. Espero lento. Desespero. Me impaciento y vuelvo a preguntarme quién cojones soy, qué cojones quiero en mi vida. Cuál es mi sitio. Sigo buscando en mis aristas la respuesta a esas preguntas indirectas. Tal vez siga buscando mi solución en unos ojos ajenos. He aquí mi petición de ayuda para nadie.
Es como estar perdidamente perdida entre detalles que aún me quedan por encontrar. ¡Qué antitética soy! Necesito aires nuevos. Necesito no pensar, no cuestionarme mi realidad más, o al menos por ahora, porque se me han caído varios de los pilares que la sustentaban, y no creo que pueda asistir a mi propio derrumbe total. Que alguien me pare.
En algún momento llegué a ser tan infinitamente magnética que controlé el ritmo del minutero a mi antojo, y ahora ni siquiera puedo respirar. Me vale cualquier excusa para no reconocer que el miedo me puede. Miedo a cambiar. Miedo a no encajar. Miedo a no hallar mi sitio. Miedo a no saber quién soy. Miedo a mí misma. Miedo a que se esfumen las respuestas que no tengo, a poder perder esos ojos cuando al fin siento que me encuentro.