Un día menos. Otro día más.



No habría mejor forma de invertir una vida que pasarla entera escuchando como hablas, mirando como hablas, sintiéndote hablar; nada más bello que ser partícipe de como otros defienden sus ideas, esas ideas descabelladas e irresistiblemente utópicas que, de tan grandes, consiguen escapar a los límites de la cordura. 

Cuando parece que la luz se desdibuja en el contorno de las gotas de los lagrimales de metal, salvas las distancias de los graznidos de cuervos que empañan las mañanas del cielo de Madrid, y cuando llueve la desidia de las noches en las que no duermo, me salvas a mí. Solo así, solo con la pasión que acentúa cada sílaba de tu hablar. 

Cordura que ata. Ataduras que matan, y tú pareces querer ser libre, y yo, por ser partícipe de esa, tu libertad, estaría toda la vida mirando como hablas y aún así... y aún así me parecería poco.