Antes del odio





“¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?
A lo mejor tú, más sola
que la muerte, la una y yo.
A lo lejos tú, sintiendo
en tus bazos mi prisión.
En tus brazos donde late
la libertad de los dos”

M.H.




Llueve, y afuera de estas paredes ha comenzado a hacer frío. Sentada a unas teclas que no suenan, me pregunto si también tú escuchas llover, si te acuerdas de la lluvia. Me entretengo en imaginar tu cara en este momento, mientras me lees, y me alegra tener la seguridad de que volverás a sonreír en este instante, ahora mismo, ya, con esa sonrisa de medio lado que ilumina distancias, cuando te recuerde cómo, a pesar de que evitáramos mirarnos aquella noche en la que los dinosaurios adornaban tu camisa blanca, la lluvia acabó por mojarnos en la terraza de la discoteca donde siete días antes, sin haberme visto antes, aceptaste un cigarro de mi mano, y luego dos más, y lo curioso es que ninguno de los dos fuma(mos).

Curiosas contradicciones las de las noches de verano.

También estoy convencida de no se te va a apagar la cara mientras duren estas letras, porque hoy me he propuesto dibujarte las palabras que te toquen con mis manos.  Qué maravillosa es la lluvia, ¡eh! ¿Recuerdas cómo huelen la arena, el asfalto y la piedra de los bancos del paseo con las tormentas de verano? Aunque no te hayas dado cuenta, la lluvia fue la excusa para hablarnos más de cerca, para que te/me/nos dejára(mos) besar. A ella le perdono el frío, a ti no.

Muchas primeras veces más importantes que la primera. Reconozco que nunca te he visto desayunar con tantas ganas como la noche mañana de la lluvia, y acepto que la mirada que tenía puesta en ti iba mucho más allá de que en tu hamburguesa sólo cupieran cinco mordiscos.  Cinco. CINCO. Después de ello no he vuelto a verte comer. O tal vez sí… Quizás un par de croissant de chocolate blanco, tres o cuatro nachos como entrante a las fajitas, dos langostinos, pollo, media pizza en día de lluvia sobre asfalto, patatas con bacón (ahora mismo has fruncido el ceño porque bacón te suena mal, pero el término ha sido aceptado y adquirido por la RAE del inglés, y por tanto, se le aplica la gramática española, así que yo lo uso), y quesitos o una hamburguesa de verdad. Nada serio. Pero vuelves a reír.

Curiosas contradicciones las de las noches de verano.

Celebro que vinieras a bailar conmigo en la piscina, en la planta baja de la discoteca, en La Perla, en tu cama y en la mía, en la azotea de mi casa, en Valencia y en Madrid, a pesar de que el baile no fuera mi fuerte. Celebro que no hayas perdido la sonrisa en estas cuatrocientas sesenta y tres palabras. Celebro que sonrieras cada noche en la que ninguno se esforzaba en pasar desapercibido.

Esta noche me falta la playa, me falta el calor. Me falta la orilla que finalmente no pisamos, el desierto de verano. Esta noche me falta tu risa, pero prometo, prometo solemnemente, que en trece días será lo único que no me sobre.  



A J. Carpintero.